jueves, 15 de enero de 2009

El calor de la Navidad

El frío de la Navidad puede convertirse en una buena excusa para practicar sexo a la hora que sea, y con quien sea. O al menos eso pienso a partir de estas fiestas.
Una mañana decidí ir a la librería del centro a comprar un libro que pensaba que le podía gustar a una amiga, como regalo del amigo invisible. Así que me puse las botas, el abrigo, y un gorro que evitara que se me enrojecieran las orejas. Me miré en el espejo antes de salir y me reí del aspecto tan polar que llevaba. En cuanto salí a la calle y sentí el hielo del aire que rozaba la nieve, me arrepentí de no haberme abrigado todavía más. Intenté andar lo más deprisa posible, pero tenía todo el cuerpo petrificado. Nada más entrar en la librería solté un gemido que hizo evidente mi satisfacción frente al cambio de temperatura. Comencé a ojear libros, cuando un hombre se me acercó:
-No te recomiendo ese libro, a menos que quieras perder el tiempo.
Llevaba unas gafas muy elegantes y una barba de unos tres días. Me gustaba su aspecto. Entonces pensé en utilizar un truco que me enseñó una amiga una vez, que consiste en hacerse la borde.
-Perdona, pero no te he pedido opinión.
-Vaya, no me esperaba un carácter tan fuerte... me gusta.
No sé cómo acabé en su casa para que me enseñara su colección de libros. El caso es que lo único que me acabó enseñando fue su habitación, y ya os podéis imaginar qué más.
Nos quedamos un rato en la cama comentando algunos libros, así como si todavía estuviéramos en la librería, cambiando los estantes por una cama deshecha.