jueves, 15 de enero de 2009

El calor de la Navidad

El frío de la Navidad puede convertirse en una buena excusa para practicar sexo a la hora que sea, y con quien sea. O al menos eso pienso a partir de estas fiestas.
Una mañana decidí ir a la librería del centro a comprar un libro que pensaba que le podía gustar a una amiga, como regalo del amigo invisible. Así que me puse las botas, el abrigo, y un gorro que evitara que se me enrojecieran las orejas. Me miré en el espejo antes de salir y me reí del aspecto tan polar que llevaba. En cuanto salí a la calle y sentí el hielo del aire que rozaba la nieve, me arrepentí de no haberme abrigado todavía más. Intenté andar lo más deprisa posible, pero tenía todo el cuerpo petrificado. Nada más entrar en la librería solté un gemido que hizo evidente mi satisfacción frente al cambio de temperatura. Comencé a ojear libros, cuando un hombre se me acercó:
-No te recomiendo ese libro, a menos que quieras perder el tiempo.
Llevaba unas gafas muy elegantes y una barba de unos tres días. Me gustaba su aspecto. Entonces pensé en utilizar un truco que me enseñó una amiga una vez, que consiste en hacerse la borde.
-Perdona, pero no te he pedido opinión.
-Vaya, no me esperaba un carácter tan fuerte... me gusta.
No sé cómo acabé en su casa para que me enseñara su colección de libros. El caso es que lo único que me acabó enseñando fue su habitación, y ya os podéis imaginar qué más.
Nos quedamos un rato en la cama comentando algunos libros, así como si todavía estuviéramos en la librería, cambiando los estantes por una cama deshecha.

martes, 16 de diciembre de 2008

Una noche diferente

La primera vez que le vi fue en la entrada de una discoteca de moda que hay por el centro de Madrid. No soy asidua a esos lugares, pero un grupo de amigas me amenazó con no regalarme nada por mi próximo cumpleaños, así que no me quedó otro remedio que ir. Y para qué engañarnos, también tenía curiosidad por saber cómo era ese antro del que la gente hablaba tan bien. El caso es que yo ahora mismo también soy una de esas personas que lo pone por las nubes, pero no por la música, ni la decoración, ni el ambiente, sino por él. Como ya he dicho, nuestro primer cruce de miradas ocurrió en la entrada. No le di demasiada importancia, hasta que nos reencontramos en la barra y pude apreciar mejor lo atractivo que era. Pedí un vodka con hielo, y justo cuando estaba sacando el dinero se adelantó sonriendo mientras me invitaba. Me sentí como la protagonista de una película cinematográfica. Comenzamos a hablar de las típicas cosas sin importancia que se cuentan en las discotecas y que se olvidan enseguida. Entonces coincidió su mirada y su forma de mover la boca al hablar con la canción que más me gustaba, y no pude evitar lanzarme sobre él como una adolescente enamorada. Él me respondió con un beso salvaje que sabía a humo y alcohol, y un “¿Vamos al baño?”. Claramente los dos habíamos estado pensando en lo mismo durante toda la noche. No le contesté, simplemente le cogí de la mano llevándolo hasta el baño de chicas, que sorprendentemente estaba vacío. Nos metimos en un cuarto y continuamos ese beso salvaje de antes, que ahora sabía, además, a las ganas que nos teníamos los dos. Mis manos buscaron rápidamente la cremallera y el botón de su pantalón, y las suyas mi falda y mi tanga que acabaron en el suelo. Tras unos momentos de tocamientos sin pudor, me cogió, me dio la vuelta y me agachó penetrándome fuertemente mientras mis manos se resbalaban apoyándose en la puerta. Fue todo perfecto salvo que no tardó mucho en correrse. Y allí nos quedamos, mirándonos mientras nuestra respiración volvía a su ritmo normal. Nos pusimos la ropa en su lugar y salimos disimuladamente como si no hubiera pasado nada. Pensé en pedirle el móvil, pero eso hubiera sido una contradicción en mi historial. Así que simplemente nos despedimos con otro salvaje beso y un hasta pronto, aunque no sabía cuándo. La segunda vez que le vi ya es otra historia.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Seamos sinceros

El sexo está en todas partes. En las películas, la música, anuncios de televisión, una mirada en un bar, un vaso de vino, un baile atrevido, hoteles de 5 estrellas y pensiones de mala muerte, la parte de atrás de un coche, última fila de un cine, un empujón en el metro, un beso en la mejilla, un nuevo vestido... Es algo que no podemos evitar. A todos los seres humanos nos gusta el sexo, independientemente de nuestro sexo, raza, orientación, religión... El sexo no entiende de discriminación. Por eso es imposible que no esté presente en cualquier situación de nuestra vida cotidiana, por muy inocente que parezca. Me pregunto qué tiene más fuerza en este mundo: el sexo o el amor. Hubiera incluido también al dinero pero prefiero no parecer superficial. El caso es que el sexo mueve nuestras vidas, ¿quién no iría al último rincón del planeta si nos aseguran que allí íbamos a tener el mejor orgasmo que podamos imaginar?